Historia
de la ciudad de Cartagena
Cartagineses y Romanos
La ciudad de Cartagena fue fundada, con el nombre de Quart Hadast, hacia el año 227 a. C. por el general cartaginés Asdrúbal sobre un núcleo de población anterior que se viene relacionando con la Mastia que aparece recogida en la Ora Marítima escrita por el romano Rufo Festo Avieno en el siglo IV a.C.
La presencia cartaginesa en ella sería fugaz ya que en el 209 a.C., en el transcurso de la Segunda Guerra Púnica fue conquistada por el romano Publio Cornelio Escipión.
Bajo el dominio romano la ciudad vivirá sus mayores momentos de esplendor entre finales del siglo III a.C. y los comienzos del II a.C. En el año 44 a.C. recibiría el título de colonia bajo la denominación de Colonia Urbs Iulia Nova Carthago. La importancia de la ciudad se basó, junto a la riqueza minera de su sierra, en su privilegiado emplazamiento y la singularidad de su topografía (situada en una pequeña península rodeada de colinas y con una laguna o mar interior –El Almarjal de los tiempos modernos –al norte) que permitían su fácil defensa.
Con el final del imperio romano se abre una época de decadencia de la que se tienen muy pocas noticias. De este período podemos destacar el paso de los vándalos por la ciudad, el dominio visigodo, interrumpido en el 555 por la tropas bizantinas del Emperador Justiniano que, en su intento de recuperar los territorios que pertenecieron al Imperio Romano de Occidente, tomaron la ciudad y la convirtieron en la capital de la provincia de Spania, que abarcaba parte del sureste peninsular, desde Málaga hasta la propia Cartagena.
Visigodos y árabes
La ciudad caería nuevamente en poder de los visigodos tras ser conquistada y arrasada a principios del Siglo VII. A partir de este momento, Cartagena desaparece prácticamente como ciudad.
En el año 734, a causa de la capitulación de la Cora de Tudmir, caería bajo el poder musulmán, emprendiendo entonces, y sobre todo entre los siglos X y XII, un proceso de lenta recuperación , que queda reflejado por su cita en las obras de escritores árabes.
Sede Episcopal y Capital del Departamento Marítimo
Fue en 1245 cuando el entonces Principe Alfonso -el posterior Alfonso X el Sabio- conquistó la ciudad
que recuperará entre otras, su condición de sede episcopal.
Con todo serán estos siglos bajomedievales una etapa de decadencia, de la que comenzará a salir en el siglo XVI con la reactivación económica y política generalizada que vive el país, pero, de nuevo, entrará en franca decadencia en el siglo XVII, agravándose en su caso la crisis por las repetidas epidemias que la asolaron durante toda la centuria.
Cartagena recobrará su antigua importancia en el siglo XVIII cuando, a raíz de su elección en 1728 como capital del Departamento Marítimo del Mediterráneo y la construcción del Arsenal y de los castillos y cuarteles previstos en el plan de fortificación de la ciudad redactado por el ingeniero militar Martín Zermeño a instancias del Conde de Aranda, se alcance una gran actividad constructiva y mercantil que atraerá hacia ella a grandes contingentes de población, pasando ésta en un corto espacio de tiempo de 10.000 a 50.000 habitantes.
Luces y Sombras
Tras un nuevo período de crisis en la primera mitad del siglo XIX, la segunda mitad de dicha centuria verá un nuevo despegue de Cartagena a causa del gran auge de la minería, que, a su vez, sirvió de
estímulo para la industria y el comercio.
Será ésta la época en que Cartagena, tras las destrucciones provocadas por la Revolución Cantonal de 1873, adquiere su fisonomía actual, al construirse numerosos edificios-de carácter público y, sobre todo, privado,- que recogen las tendencias eclécticas y modernistas imperantes entonces en España.
Un nuevo altibajo en su economía, a partir de la crisis de la minería que se produjo a finales de la segunda década de la presente centuria, sería la situación en la que Cartagena afrontó la Segunda República y la Guerra Civil, durante la cual fue uno de los bastiones más importantes del gobierno republicano y, junto a Alicante, la última ciudad en caer en manos del General Franco.
Fuente:
Cayetano Tornel. La Región digital